Los cinco principios del alumbrado público responsable
La contaminación lumínica es una preocupación en los centros urbanos, pero puede combatirse con medidas fáciles de aplicar una vez que existe la voluntad de hacerlo
El exceso de iluminación, sobre todo en los grandes centros urbanos, preocupó en un principio a la comunidad científica y ecologista, pero hoy también inquieta a la población en general, cada vez más concienciada y alerta ante estos problemas.
Esta omnipresencia de la luz tiene muchas causas. Deriva de la publicidad luminosa, de las fachadas cada vez más efusivamente iluminadas y, como éste es el aspecto que aquí nos interesa, también del alumbrado público en general, como consecuencia del aumento de potencia y, por tanto, de luz, muchas veces asociado a la transición de las luminarias de vapor de sodio a la tecnología LED, en una clara confusión entre calidad y cantidad de iluminación. Es lo que se conoce como efecto rebote, del que ya hablé en el artículo “Evitar el efecto rebote en la transición a los LED”.
Como veremos más adelante, el problema no está en la tecnología, sino en su aplicación. A falta de regulación, la solución reside en las decisiones informadas y la voluntad política.
La revolución LED
El primer diodo emisor de luz (LED[1]) rojo se creó en 1950 y el primer LED verde diez años después. Sin embargo, el LED azul resultó ser un problema muy complejo de resolver: solo fue posible producirlo al cabo de otros 30 años, en 1990, abriendo por fin la puerta a la iluminación LED blanca, un avance cuya importancia sería reconocida en 2014 con la concesión del Premio Nobel de Física a Shuji Nakamura, Isamu Akasaki e Hiroshi Amano.
Entretanto, el uso de LED se ha generalizado en la electrónica de consumo (pantallas, televisores, teléfonos móviles, entre otros), la industria del automóvil y la iluminación en general.
La introducción del LED blanco (básicamente un LED azul con una deposición de fósforo amarillo) inició una revolución en la industria de la iluminación. Con una eficiencia energética superior al 60% en comparación con las soluciones tradicionales, el interés suscitado es fácil de entender. Con la maduración de la tecnología y la consiguiente reducción significativa de los costes de producción, la tecnología LED se ha vuelto aún más interesante desde el punto de vista económico.
Consecuencias negativas del deslumbramiento
Así que estábamos ante “lo bueno, lo bonito y lo barato”. ¿O había algunos escollos en el camino hacia la eficiencia energética? Está claro que los había, no sólo porque las primeras generaciones de LED tenían altos niveles de color azul, sino también porque es conocida la tendencia a poner tanta luz como permite el presupuesto. Estos factores, combinados con un diseño de iluminación deficiente, empezaron a suscitar preocupación en las comunidades científica y medioambiental.
Por un lado, se sabe que las longitudes de onda azules se propagan más horizontalmente e interfieren en lo ritmo circadiano de personas y animales. Por otro, la colocación incorrecta de la luz o la exageración de los niveles lumínicos aumentan drásticamente la contaminación lumínica. Evidentemente, el problema no es de tecnología, sino de errores de diseño e ingeniería.
Como demostré en el artículo “Recuperar el cielo estrellado con tecnologia LED”, es posible adoptar una serie de medidas para reducir la contaminación lumínica del alumbrado público. Pero para no parecer un “juez de lo ajeno”, echemos un vistazo a lo que propugna la comunidad científica.
Cinco principios para un alumbrado público responsable
La International Dark-Sky Association (IDA)[2], organización que aboga por la reducción de la contaminación lumínica, y la Illuminating Enineering Society (IES), reconocida autoridad estadounidense en el campo de la iluminación, han definido cinco sencillos principios para un diseño responsable del alumbrado público.
- Principio de utilidad – En otras palabras, sólo hay que poner luz donde realmente se necesita, evitando iluminar, por ejemplo, zonas de reserva medioambiental y hábitats de fauna salvaje.
- Dirección de la luz – Una luminaria LED de buena calidad no envía luz a la atmósfera, sino que la dirige toda hacia abajo.
- Utilizar sólo la luz necesaria – Aquí es donde hay más trabajo por hacer, sobre todo en lo que se refiere a sensibilizar a los responsables para que adopten una actitud responsable en la que eviten “compensar” el elevado ahorro energético obtenido con la instalación de luz adicional que reduce el ahorro y aumenta la contaminación lumínica.
- Control dinámico de la luz – ¿Tiene sentido mantener los niveles de luz en una carretera sin tráfico al amanecer? No lo tiene. Con el control dinámico que permite la tecnología LED, es posible hacer un uso más racional de la energía y la luz.
- Temperatura de color – Hay que dar preferencia a las temperaturas de color cálidas, con bajos niveles de azul. En el mercado de los LED ya existen temperaturas de color en torno a 2200ºK (los llamados LED ámbar). Es cierto que son un poco menos eficientes y ligeramente más caros, pero la diferencia es casi insignificante y los beneficios en términos de sostenibilidad y confort visual compensan con creces.
En conclusión, el salto hacia proyectos responsables de alumbrado público no depende de ninguna mejora tecnológica. Ni siquiera depende de limitaciones económicas o financieras. Es simplemente una cuestión de concienciación, responsabilidad social y voluntad. Aún queda camino por recorrer, pero creo que durante esta década veremos cada vez más proyectos de alumbrado de alta eficiencia y sin impactos negativos.
Miguel Allen Lima
ARQUILED CEO
[1] Light Emitting Diode
[2] Fundada hace 34 años en Estados Unidos, la Asociación Internacional del Cielo Oscuro (IDA) es una organización sin ánimo de lucro que trabaja para reconocer los parques y reservas que tienen la menor luz artificial posible en todo el planeta.